jueves, 9 de julio de 2020

Crítica: Emotion de Carly Rae Jepsen (2015)

Hay artistas a lo largo de la historia que han sido conocidos por sacar una canción muy conocida en su momento y luego caer en un limbo en el que todo su material siguiente era bastante ignorado por la mayoría de los que en su momento se sintieron atraídos por su hit en particular. Uno de los momentos en los que eso podría haber ocurrido fue cuando una joven Carly Rae Jepsen publicó su segundo álbum de estudio tras ganar la quinta edición de Canadian Idol. Kiss (2012) era el disco receptáculo de una canción pop clave de principios de los 2010’s, Call Me Maybe. Cualquier radiofórmula o televisión musical dedicada a los temas del momento la tenían que poner varias veces al día,ya que siempre estaba bajo demanda.

Otros singles del disco como This Kiss, Tonight I’m Getting Over You (que me parecen superiores a la canción de marras) o Good Time con la banda Owl City, no lograron el mismo boom comercial en el momento e hicieron temer que la fama de Jepsen fuera flor de una temporada. De haber sido así y alguien me hubiera preguntado por ejemplo en 2013 sobre la cantante, pues le habría dicho algo como: “¡Ah si! Aquella chica que saco unos cuantos singles simpáticos de pop en Tug of War (2008) y Kiss. Me gustan This Kiss y Bucket”. Así tan ligeramente hubiera dado carpetazo a mis impresiones sobre ella y hubiera seguido con mi mundana vida. Pero esta cantante no se achantó ante tal reto, agradeció el éxito recibido y trabajó arduamente en hacer música que a ella le llenara.

2013-14 sería su periodo para recoger los frutos de su éxito comercial y para actuar en el musical Cinderella (Cenicienta) durante doce semanas a principios del año 2014. Durante ese periodo de tiempo buscaría la inspiración en artistas como Madonna o Prince para ir creando ideas nuevas y rescatar otras que llevaban en el tintero desde 2011. Su trabajo componiendo le juntaría a grandes nombres de músicos y productores creativos con los que acabaría de redondear sus conceptos: Rostam Batmanglij, las hermanas Haim, Ariel Rechtshaid, Mattman & Robin, Greg Kurstin… Jepsen quería asegurarse de trabajar bien las canciones junto a artistas que ella admirase.

Ese ejercicio le llevó a tener 250 composiciones entre las que escoger para poner en el disco. Entre ellas, la que llamó Emotion fué la que le hizo decidir que su disco tenía que tener un sonido influenciado por los años 80. Y en lo que el proceso de selección de canciones se refiere, citaré a la propia cantante en una entrevista para el programa de radio q on cbc

“Se hizo fácil reducirlo a 40 ya que buscaba aquellas canciones que más representaran el álbum de forma cohesiva, para que tuvieran un tema común y la gente se lo quisiera escuchar de principio a final. Pero a partir del top 40, la cosa ya era más complicada y empecé a mandar cintas con esas canciones a mi gente de confianza. Mi hermano escuchó las 40 canciones y me mandó una crítica de tres frases para cada una de ellas y mi hermana tenía un sistema de evaluación de 1 a 5 estrellas. Todos tenían sus favoritas y a la hora de cenar se generaban debates muy apasionados sobre cuales poner en el disco. He querido que hubieran canciones para todo el mundo; tanto alegres, como más profundas en las que demostrar cómo ha madurado mi estilo”.

domingo, 5 de julio de 2020

Crítica: Divine Intervention de Slayer (1994)

Toda banda mítica en esto de la música se puede decir que tiene su época dorada, su momento de gloria compositiva en el que parece que ninguna canción mala podría nacer de las mentes de ese equipo de personas. En algunas, ese periodo es más breve y en poco tiempo se empiezan a notar las costuras desgastadas de lo que antes eran tapices de complejo entramado. En otras, saben conservar su factor X durante alguna década para luego deshincharse y cada tiempo indeterminado saltar con algún recuerdo de aquello que les llevó las masas a su puerta. Pero hay veces en esta vida que el tiempo coloca a ciertos discos por debajo del radar y si bien todo fan recuerda la “era dorada” y la “formación clásica”, todo lo que sale de ahí parece un nivel opcional de un videojuego que mucha gente se salta.

Divine Intervention sin duda cae en esa categoría, ya que si bien he podido ver unas cuantas críticas a lo largo del tiempo hablando de él como un disco tapado, la realidad del mismo es bastante más compleja de contar. Para ello nos debemos situar en 1992, cuando el baterista Dave Lombardo (que llevaba con ellos desde la formación de la banda en 1981) abandona la agrupación debido al nacimiento de su primer hijo y a no poder estar en ciertas fechas clave. En ese momento es sustituido por Paul Bostaph (ex-baterista de la banda Forbidden) que tras un casting en el que sólo cometió un error tocando Angel of Death (¿hace falta recordar lo que es tocar una canción de Slayer con la batería?), fue aceptado y el baterista se comprometió a seguir incorporando en su estilo aquello que era clave en la ejecución de Lombardo.

Cuando en agosto de 1992 actuarían en el festival Monsters of Rock de Donington, Bostaph ya estaba perfectamente acoplado a las guitarras de Kerry King y Jeff Hanneman y a la voz y bajo de Tom Araya; el nuevo, estaba degustando la cresta de la ola de la banda. Pero paralelamente la escena del heavy metal estaba evolucionando bastante por entonces y las vertientes groove, alternativa/grunge, death y progresiva del género estaban al alza con bandas como Pantera, Soundgarden, Death, Alice in Chains, Dream Theater o Tool. Slayer estaba planteándose como enfocar su sonido ante las nuevas tendencias y a parte tenían a la discográfica American Recordings de Rick Rubin inquieta porqué no publicaban material de estudio nuevo desde el aclamado Seasons in the Abyss (1990).

Jeff Hanneman, Kerry King, Paul Bostaph y Tom Araya

martes, 30 de junio de 2020

Crítica: Women in Music Pt. III de Haim (2020)

Justo ahora que estoy en un proceso de analizar mucha música que nos ha dado la década pasada, he profundizado en una banda de la que había escuchado algún tema suelto y sabía de su existencia pero nunca había dado el tiempo de escucharme un disco suyo con detenimiento. Me refiero al proyecto musical de las hermanas Haim, una banda nacida de un ambiente hogareño muy atado a la música y en el que ya desde muy jovencitas se las animó a expresarse con instrumentos. Sus padres Moti Haim (exjugador de fútbol y músico israelí) y Donna Haim tendrían su propia banda de covers llamada Rockinhaim en la que las dos hijas mayores, Danielle y Este, tocarían en fiestas junto a ellos.

Cuando Alana (la tercera de las hermanas) fue lo suficientemente mayor, se plantearon de formar una banda juntas que tomaría el apellido de ellas y aunque su debut discográfico se haría esperar (debido a las tareas de guitarrista en vivo de Danielle Haim con Julian Casablancas de The Strokes), en 2013 presentarían Days Are Gone con el aplauso de buena parte de la crítica especializada. Pero el tiempo ha pasado y estamos en 2020 (lo curioso de que la vida avance) y la banda nos presenta su tercer disco de estudio, el cual llevaban adelantando desde la segunda mitad de 2019. Si a parte le sumamos que su publicación se ha retrasado de abril a junio, me puedo hacer cargo de las expectativas que ha levantado entre la gente que esperaba nuevo material desde 2017.

Un equipo amplio

Al igual que otras bandas en la historia, Haim tiene a ciertos colaboradores en el estudio que ayudan a hacer brillar sus composiciones. Esto es clave entenderlo ya que en este caso considero que juegan un rol de hacer más sofisticada la fórmula de este conjunto. Por un lado, Ariel Rechtshaid (productor con sobrado renombre en esta última década) que ha trabajado para músicos de la talla de Vampire Weekend, Adele, Charli XCX o Carly Rae Jepsen. Siendo este también pareja de Danielle Haim, ha colaborado muy de cerca en la escritura de sus canciones desde su primer álbum en 2013. Su rol de productor compositor es compartido por otro viejo conocido suyo, Rostam Batmanglij.

Rostam (productor y ex integrante de Vampire Weekend) se unió a Haim y a Ariel debido a la buena química que se había producido con este último tras la grabación de Modern Vampires of the City (2013) con Vampire Weekend. La lista de álbumes de diferentes artistas donde Rostam y Ariel coinciden haciendo alguna tarea de composición o producción hasta la actualidad resulta abrumadora y de alguna forma era un combo lógico que se tenía que dar. Ya en el disco de 2017 de Haim, Something to Tell You, Rostam y Ariel estarían trabajando como combo de alguna manera en 4 de los temas del disco, pero en esta ocasión, la cosa se amplía a todo el grueso del álbum.

Este, Alana y Danielle Haim

jueves, 25 de junio de 2020

Crítica: Chromatica de Lady Gaga (2020)

En uno de los momentos más peculiares y desafortunados que nos ha tocado vivir en muchos años, ha aparecido el nuevo disco de una de las figuras clave de la música pop de lo que va de milenio. Y es que 2020 no va a pasar a la historia por ser el año de la publicación de este nuevo disco, pero la niebla no hace que el mundo deje de existir. Tanto es así, que en estos meses se han publicado algunos discos clave para el inicio de la década en lo que a pop se refiere: Dedicated Side B de Carly Rae Jepsen, How I’m Feeling Now de Charli XCX o Future Nostalgia de Dua Lipa. Pero la pregunta clave es ¿podrá sumarse Chromatica a esta lista selecta de discos?... Pues demos un poco de contexto a su creación.

En 2016, Lady Gaga publicaba Joanne uno de sus discos más variados estilísticamente y con más referencias personales, pero paralelamente no era de los mejores según mi honesta opinión, ya que teniendo buenos temas, ninguno lograba ser del calibre de sus grandes hits (independientemente del género/estilo de las canciones que contenía). Dos años después, Gaga haría un paso clave en su carrera formando parte de la película A Star Is Born (2018) en la que a parte de tener un rol protagonista junta al director de la misma, Bradley Cooper; firmarían una banda sonora aclamada por la crítica, que en espacio de dos años, se llevaría cuatro premios Grammy. Por lo menos en popularidad, Gaga seguía estando en un momento dulce.

Lady Gaga en la Super Bowl de 2017

domingo, 21 de junio de 2020

Crítica: Worlds Apart de Saga (1981)

Como ya he relatado en algún artículo anterior, los años 80 no fué precisamente la década más fácil para cualquier forma de música progresiva. Entendámonos, fué una década en la que existieron bandas fantásticas del género pero su situación no era ya dominante ante la presencia de los sonidos del new wave o synthpop. Pero la relación con estos estilos de música no era mala, al contrario, habían bandas de rock progresivo influenciadas o con intención de virar hacia esos estilos. Genesis, Rush o Yes que habían sido mastodontes en el género, vivirían a lo largo de la década una transformación muy pronunciada a su sonido mirando a este tipo de música.

Pero ya a finales de los 70 empezaron a crearse bandas del entorno progresivo que de forma natural tenían en su ADN elementos de las nuevas formas de pop o rock dominantes en la siguiente década como Toto o The Alan Parsons Project. Pero para la banda que hoy trataremos, tenemos que echar la mirada a Oakville (Canadá) sobre el año 1977 cuando los músicos Michael Sadler (vocalista y multiinstrumentista) y Jim Crichton (multiinstrumentista) decidirían hacer un nuevo proyecto musical juntos tras la desintegración de su anterior banda, Fludd. Esta nueva banda se llamaría Saga.

Hagamos entonces otro salto en el tiempo hasta principios de 1981, momento para el cual ya tenían 3 álbumes de estudio publicados y con los que se habían percatado que sus discos eran mucho más reconocidos en Alemania (donde la gente se los hacía traer de importación) o Puerto Rico antes que en su país o en Estados Unidos, donde ellos publicaban oficialmente su material discográfico. Pero su éxito había sido el suficiente hasta el momento como para querer dar un paso adelante a nivel de producción y ficharon a Rupert Hine, que ya había trabajado anteriormente con músicos como Camel o Murray Head.

Jim Gilmour, Jim Crichton, Michael Sadler, Steve Negus e Ian Crichton

miércoles, 17 de junio de 2020

Crítica: La Flaca de Jarabe de Palo (1996)

La carrera de Pau Donés como músico se remonta mucho antes del disco que hoy tratamos. Durante los años 80, Pau ya había participado o formado un par de bandas que le fueron dando una base junto a su hermano Marc. J & Co. Band y Dentaduras Postizas le ocuparon desde los 15 años hasta casi la treintena al mismo tiempo que trabajaba en una agencia de publicidad, pero antes o después uno tiene que encontrar la puerta abierta para hacer aquello que le hace especial. Para él fué formar a mediados de los 90 Jarabe de Palo en la Escola de Músics junto a Álex Tenas y hacer un viaje a Cuba con algunas canciones compuestas, lo que le revelaría la senda sonora a seguir en su primer trabajo discográfico.

En esa década los sonidos del latin rock estaban muy presentes y bandas que ya eran mitos en la escena española como Radio Futura o Mestizos ya habían hecho aproximaciones muy notorias al estilo, destacando entre ellas el disco Veneno en la Piel (1991) de los primeros. Sumemos el hecho de que bandas como Maná, Caifanes o Soda Stereo tenían mucha notoriedad en la península viniendo de la América Latina. El contexto era el idóneo para desarrollar el tipo de música que tanto había impactado a Donés y creo que sin él, sería muy difícil entender el nacimiento de un disco como La Flaca.

Aunque Pau i Marc Donés no estarían juntos en este proyecto, los hermanos aprendieron de la vida a base de palos

domingo, 14 de junio de 2020

Crítica: Sings the Blues de Nina Simone (1967)

Una de las artistas más reivindicativas de los derechos de las personas de piel negra (y no simplemente del sector afroamericano) ha sido Nina Simone (apodo de Eunice Kathleen Waymon). Ser una diva con tanto talento y al mismo tiempo, ser tan firme en sus ideales le trajo tantos aplausos como detractores. Una mezcla entre la violencia que ella vivía en su casa por parte de su marido Andy Stroud, como la barbarie que sufrían muchos ciudadanos en Estados Unidos por su color de piel, la empujó de la disconformidad con el ambiente presente a considerarse igual que Malcolm X una no pacifista defensora del nacionalismo negro. De este duro contexto llegaría el primer punto de inflexión en su carrera, que sería la publicación del sencillo Mississippi Goddam en 1964.


Esta canción respondía al asesinato del activista negro Medgar Evers en Mississippi en junio de 1963 y del atentado en Birmingham (Alabama) que se llevaría por delante la vida de cuatro niños negros en la iglesia de 16th Street. Para Simone se había cruzado un límite nefasto que le llevaría de aspirar a ser la mejor músico clásica negra a querer ser una artista que profundizara más en su activismo y en representar a la música y cultura del pueblo negro. Pero si avanzamos un poco más en el tiempo, a 1967, para ver el contexto de la obra que hoy tratamos, Simone terminaba su periodo con la discográfica Philips habiendo publicado algunas de sus aventuras discográficas más aclamadas como: I Put a Spell on You (1965), Pastel Blues (1965), Wild is the Wind (1966) o la obra que le otorgó su sobrenombre High Priestess of Soul (la suma sacerdotisa del soul) de 1967.


Su fichaje por RCA Victor era la oportunidad para demostrar en una nueva discográfica su talento interpretativo. En esos años era habitual por muchos artistas del entorno de jazz, el blues, el soul o incluso el pop mezclar sus canciones con covers de otros artistas y darles un estilo que sacara a relucir sus gustos y el estilo que mejor les definía a ellos y a la banda que les rodeaba. Para esta ocasión pondría entre sus músicos de sesión a Eric Gale en la guitarra (que trabajaría con George Benson, Paul Simon o Billy Joel), Bob Bushnell en el bajo (Dizzy Gillespie o Gábor Szabó), Bernard Purdie en la batería (Steely Dan, Wilson Pickett, Louis Armstrong o Dizzy Gillespie) o Buddy Lucas en la armónica y saxo. Músicos que entre ellos ya se conocían y ya existía una buena química musical.